Posteado por: dondetinta | junio 20, 2010

A Carlos Monsiváis


Leer sobre la muerte de Carlos Monsiváis fue como enterarse de la desaparición del último unicornio en los relatos griegos o romanos. Al saber de su partida lo primero que se me ocurrió fue escribir, pero ¿qué se puede decir sobre quien lo ha escrito todo? ¿Qué se puede describir sobre quien retrató a toda una colonia, una ciudad, un pueblo?

Se necesita valor para redactar un párrafo, una línea, sobre este gran sabio que dominaba todo porque lo sabía todo, hasta lo que el resto de los mortales ni siquiera imaginábamos que podía existir. Él lo sabía y lo compartía, te lo contaba con la paciencia del abuelo que recuerda sus épocas de oro, pero con la puntualidad de un detective escribiendo el reporte de los acontecimientos del día.

Ya los grandes escritores, los filósofos y poetas escribirán de la obra de Monsi, como le llamaba la mayor parte del mundo, así que yo me limitaré a escribir en mi diario virtual lo que Monsiváis dejó en mi vida, porque vaya que me marcó con su ironía, con su humor, ese mismo con el que aún volteo al espejo luego de leerle y me digo, “qué grande es mi ignorancia”.

Creo que mi mayor deuda con Monsi es esa, a nadie como a él le debo la conciencia de cuán ignorante soy, de cuánto desconozco el idioma con el que presumo de hacerme entender. La primera vez que leí su columna Por Mi Madre Bohemios, pensé que estaba escrita en latin o alguna otra lengua romance, porque no entendí absolutamente nada.

Para masticar las letras de Monsi no se necesitaba saber leer, no, era obligatorio saber pensar y eso, mi querido Monsi, es lo que menos sabemos hacer los protagonistas de tus crónicas, de tus ensayos y de tus poemas.

Escucharte hablar era una delicia, porque desmenuzabas con tanta gracia la realidad, que era un verdadero privilegio degustar tus críticos platillos. Lo mismo hablabas de los grandes problemas nacionales, como de las triviales tragedias del amarillismo, como el caso de Gloria Trevi, su encarcelación y toda la vorágine de las televisoras por defenderla y atacarla.

Tú te declaraste su fan en una jugada maestra de quien sabe apreciar los fenómenos sociales. Tú que gustabas de la buena música y que constantemente te dejabas ver en los grandes y pequeños conciertos en la Ciudad de México, como aquella vez que llegaste al Teatro Metropólitan para compartir la música de Café Tacuba.

Ahí estabas, el maestro en medio del clamor juvenil. El escritor que podía reunirse por la tarde con las grandes mentes del país, por la noche estaba junto al puesto callejero de tacos y niños jugando a adolescentes, todos idolatrándote y tú interactuando con los mismos códigos de la nueva generación.

¿Cómo olvidar cuando tomabas el teléfono para responder preguntas de quienes seguramente ni recordabas y te disculpabas por no poder extenderte en tus respuestas, cuando en realidad dabas verdaderas cátedras de periodismo, de investigador, de cronista, filósofo, escritor, poeta, ensayista y, lo más importante, conversador?

Duele ya no tener la oportunidad de caminar por la Ciudad de México con la posibilidad de encontrarte en una manifestación, en la presentación de un libro, en una exposición o en la lucha libre. Duele que tu genialidad no nos vaya retratar los días que están por venir, porque el presente y el pasado, tú nos lo seguirás enseñando eternamente.

Hoy vuelvo a leerte, me vuelvo a sumergir en las explicaciones de La R y vuelvo a mirar al espejo y vuelvo a repetir la tragedia de mi existir… ¡Qué ignorante soy Monsi!

Gracias a ti puedo presumir que en esta vida, que intento no sea inútil, la única certeza es mi enorme ignorancia, esa que aumenta cada vez que te leo. Menos mal que de ti hay más libros que años en mi futuro. Gracias maestro, hasta siempre Monsi.


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